Una verdadera conspiración
CONCHA CABALLERO EL PAÍS 15/10/2011
Se ha puesto de moda escribirle a Duran i Lleida para darle explicaciones y pedirle que rectifique sus declaraciones. No sé por qué este atildado representante de la derecha nacionalista más rancia tiene el honor de recibir argumentos a la sarta de exabruptos con los que nos obsequia a los andaluces de forma regular. No sé si recordarán que es el mismo que nos criticó haber creado becas para que "los ni-nis se dieran la vida padre" o que "estaba muy cansado de pagar con su dinero" nuestros despilfarros. A este decadente político catalán, le encanta criticar a los de abajo, sea geográficamente o socialmente, por eso -aunque a él no le gusta recordarlo- es el autor de una de las declaraciones más xenófobas de la historia de Cataluña en las que acusaba a los inmigrantes de bajar el precio de las viviendas de la gente de bien. Por eso, creo que ha llegado el momento de confesarle la auténtica conspiración que la gente del sur hemos fraguado contra ellos.
Es verdad, don Josep, que hay toda una confabulación de Andalucía contra Cataluña. ¿Para qué vamos a seguir negándola? Comenzó con la transición democrática, cuando el pueblo andaluz no aceptó que solo las llamadas comunidades históricas -Galicia, Euskadi y Cataluña- tuvieran acceso a la autonomía plena y reclamó formar parte de este club de Primera División. Curiosamente, mientras las fuerzas nacionalistas gallegas o vascas aceptaron con naturalidad este proceso, los nacionalistas catalanes lo llevan clavado en el alma y se niegan a asimilarlo. Reconózcalo: el acceso de los andaluces a los mismos derechos que las nacionalidades históricas les ha puesto siempre de los nervios. A fin de cuentas, un privilegio que se extiende, deja de ser un privilegio. Si todo el mundo pudiese alojarse en el Palace, se perdería el glamour de sus mañanas madrileñas.
Pero la confabulación andaluza, vamos a confesárselo, no finalizó con este capítulo sino que prosiguió con un ataque a la parte más sensible que todo nacionalista tiene, que no es su lengua ni su cultura -a la que amamos y respetamos-, sino su bolsillo. Cuando intentaron negociar una situación financiera especial para Cataluña, nuevamente Andalucía les aguó la fiesta y encabezó una respuesta para que no se rompiesen los principios de igualdad y de solidaridad. Dos palabras que usted detesta de forma especial. A fin de cuentas, la política y, fundamentalmente, el Congreso de los Diputados, es para ustedes un mercadillo donde se cambian votos por billetes y los días de suerte, se vuelven con las alforjas llenas si su voto es decisorio.
La deriva mercantilista del nacionalismo catalán es completamente desoladora y cada día se asemeja más a los partidos clasistas y reaccionarios de la Liga Norte italiana. De la defensa más o menos romántica de una tierra o de una cultura han pasado a batallar por privilegios económicos del norte frente al sur, de los fuertes frente a los débiles, de los intereses privados frente a los públicos. Por eso su caso es digno de estudio ya que se trata del primer nacionalismo que lejos de confrontarse con Madrid, con el poder central del Estado, ha colocado todas sus baterías contra la periferia, los cañones apuntando contra Andalucía.
Ahora su caballo de batalla es la impresentable ficción de "las balanzas fiscales", una teoría según la cual el Estado se "adueña" de los impuestos obtenidos en Cataluña para "dilapidarlos" por toda la geografía española, especialmente en Andalucía. Esta teoría es tan endeble que, para justificarla, deben inventar un relato mítico contra Andalucía: una tierra en la que nadie trabaja, en la que "ni Dios" paga sus impuestos y que se emborracha en los bares hablando un lenguaje incomprensible. Aunque tal paraíso pueda resultar atractivo, saben perfectamente que es mentira. Por eso, señores diputados, no les den explicaciones. Simplemente no pacten con ellos en los callejones perdidos del Congreso y explíquenles a los andaluces que viven en Cataluña que, si todavía conservan un poco de amor por su tierra, no quemen su voto en ese altar de la insolidaridad.
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